En pos del corazón de Jesús

 

por Ricardo Graham

La ciencia de la mecánica conocida como balística tiene que ver con la propulsión, vuelo e impacto de los proyectiles. Los proyectiles, como los cohetes o las balas, tienen su propio recorrido o trayectoria. Cuando se conoce el punto de origen de una bala y se traza su trayectoria, se puede predecir dónde va a ir a parar.

Las enseñanzas de Jesús eran como “balas de verdad“ que penetraban en las mentes de quienes le escuchaban. Todas sus palabras estaban llenas de verdad espiritual y vivificadora —verdad que dejaba a las masas disgustadas, desafiadas y transformadas.

Cuando Jesús daba en el blanco, nada seguía igual. La mujer junto al pozo fue confrontada con su negra realidad y su necesidad de Dios conforme Jesús le hablaba de su vida con seis hombres distintos y la desafió a beber del “agua de vida” (Juan 4).

Pero Jesús no enseñó a los discípulos y a sus seguidores todo lo que sabía o les reveló toda verdad. “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no las pueden sobrellevar” (Juan 16:12, RVC).

¿A qué se debería eso?

Jesús tuvo que retener cosas debido a —seamos francos— la torpeza de la mente humana.

La mente humana es capaz de adquirir verdades a un paso muy limitado. Debido a los efectos del pecado, no podemos comprender e implementar la verdad rápidamente. Nuestras mentes débiles no pueden comprender los misterios de Dios y no somos capaces de discernir los profundos secretos de Dios. Pablo lo explica diciendo: “Ahora vemos con opacidad, como a través de un espejo” (1 Corintios 13:12, RVC).

Incluso si pudiésemos comprender las cosas de Cristo no podríamos tolerarlas. Se ha dicho que “escuchar mucho y comprender poco es agobiante”. Muchas verdades requieren de un corazón puro, desinteresado y valiente para poder soportarlas.

Además de esa falta de capacidad, muchos no podemos comprender toda la verdad porque somos —tengo que ser franco de nuevo— perezosos. “Algunas veces una letargia espiritual impide la adquisición de más verdad divina” (SDA Bible Commentary, vol. 5, pág. 1048). Cuando, en el sentido espiritual, nos hemos adormilado, la verdad no puede ser percibida de la misma forma como cuando estamos alertas espiritualmente.

Otra cosa que nos incapacita para comprender completamente es nuestro acondicionamiento cultural. Con frecuencia nuestras costumbres y la forma como hemos sido educados limita nuestra habilidad para ver claramente las verdades que Dios tiene para nosotros. No somos capaces de percibir aquello que es diferente de lo que siempre hemos entendido. Esa clase de —¿me permiten ser franco otra vez?— testarudez se puede interponer en la capacidad de aceptar nueva luz.

Nuestro acondicionamiento cultural también nos puede incapacitar para comprender verdades más profundas. La pecaminosidad limita que aceptemos toda la verdad de Dios a cualquier era, ya sea en los días de los discípulos o en el siglo XXI. Nuestro corazón pecaminoso y perverso nos incapacita para aceptar las verdades divinas. “El corazón es engañoso y perverso, más que todas las cosas. ¿Quién puede decir que lo conoce?” (Jeremías 17:9).

Jesús les dijo a sus discípulos: “Tengo muchas cosas que decirles, pero no podrán tolerarlas” por su inmadurez espiritual. Pero no los dejó (ni nos deja) navegando a la deriva. Jesús comisionó al Espíritu Santo para que complete el proceso de educación que inició, continuando el proceso de presentarles la verdad.

Jesús les dijo a los discípulos lo que eran capaces de comprender —aquello que tenían la capacidad o la disposición de aceptar. Les presentó información nueva por concepto y por ejemplo. Al hacer esto era capaz de salir de las normas tradicionales, para remodelar los pensamientos de sus seguidores sin desconcertarlos. Los llevó hasta el límite de su tolerancia a la verdad que les presentaba.

¿Por qué procedió Jesús de esa manea? Cuando estudiaba en el seminario, uno de mis profesores tenía un póster en una pared de su oficina. Era la foto de una muñeca de trapo atrapada en un tornillo de banco. La leyenda decía: “La verdad los hará libres, pero primero los hará miserables”. Reconocemos esto como el proceso de disonancia cognitiva que se lleva a cabo cuando se recibe información nueva que no encaja con nuestra base de conocimientos o el sistema de creencias que hemos tenido previamente.

Por ejemplo, cuando nos enseñan a creer en Santa Claus y descubrimos que no es un ser real, se crea una disonancia cognitiva que nos hace sentir mal. Primero nos altera; después, la triste realidad da paso a la libertad conforme aceptamos la verdad acerca de ese mito. Pronto nos acostumbramos a la libertad que se manifiesta cuando llegamos a conocer la verdad.

Una nueva verdad espiritual es comprendida solamente bajo la iluminación del Espíritu Santo. Las cosas espirituales “se disciernen espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Bajo la iluminación del Espíritu Santo encontramos nuevas pepitas de verdad que antes permanecían invisibles, desapercibidas e incomprendidas.

La verdad es progresiva y dinámica, no es estática. Nuestra comprensión de la verdad continúa creciendo y desarrollándose conforme seguimos la trayectoria de las enseñanzas del Maestro a su conclusión lógica e irrefutable. El Espíritu Santo nos revela el sendero a las enseñanzas de Jesús para poder seguir la trayectoria al blanco que es vivir como Cristo.

A lo largo de su ministerio Jesús estableció paradigmas nuevos. Sus acciones y sus palabras sacudían a las personas de su manera de vivir a la novedad de vida. Nuestro Salvador no fue prisionero de las enseñanzas tradicionales comunes en su tiempo. Jesús fue un agente de cambio en todas las cosas, incluyendo el status de las mujeres. Jesús liberó a las mujeres.

Después de la caída, encontramos que la mujer había de mirar a su esposo para recibir liderazgo. Jesús pasó toda su vida dirigiendo a la humanidad de la pecaminosidad a la rectitud. Jesús quiere llevarnos a donde se suponía deberíamos de estar. La redención, en su máximo sentido, no solamente significa ser restaurado a una relación con Dios. Significa tratar de seguir la trayectoria de Jesús hasta el blanco.

¿Cuál es el blanco? Igualdad y unidad en la iglesia. No puede haber unidad sin igualdad e inclusión. La iglesia debe procurar seguir la progresión natural de la trayectoria de Jesús, hasta llegar al blanco.

Inclusión, en lugar de exclusión, es el blanco de Dios. Él trata de incluir a todos los que lo acepten por fe (Juan 3:16). Las escrituras están colmadas de referencias en relación a la naturaleza inclusiva de Dios como fue revelada por Jesús.

Aquello que nos prepara para la inclusión no es el sexo, la raza o la condición social. Es el ministerio del Espíritu Santo lo que nos cualifica para servir en la iglesia, el Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo otorga participación plena y completa. No todos han de hacer lo mismo pero todos están incluidos y representados en todas las fases de la obra de la iglesia, tanto local como global.

De acuerdo con el profeta Joel, el Espíritu Santo es dado a todos: “Después de esto, derramaré mi espíritu sobre la humanidad entera, y los hijos y las hijas de ustedes profetizarán; los ancianos tendrán sueños, y los jóvenes recibirán visiones. En aquellos días, también sobre los siervos y las siervas derramaré mi espíritu” (Joel 2:28, 29).

Durante el Pentecostés, cuando el Espíritu Santo llenó de poder a los seguidores de Jesús, Pedro recordó la profecía mientras veía que se cumplía ante sus ojos (Hechos 2:17, 18). Es la vida imbuida por el Espíritu que es usada por Dios en todos los aspectos de su obra.

El Espíritu Santo empezó a tocar a aquellos creyentes que los seres humanos son todos iguales y unidos en Cristo. El apóstol Pablo escribió: “Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26-28).

En Cristo el gentil y el judío son hermanos y hermanas; en Cristo las mujeres son reconocidas como compañeras junto con hombres en la predicación del evangelio; en Cristo los esclavos y los amos se encuentran. En Cristo ni el patrimonio, el estado social o el sexo son la última palabra; la última palabra es Cristo. En Cristo ninguno es superior o inferior. La elevación de la mujer a igualdad con el hombre es un resultado directo de la enseñanza y práctica cristiana. Ante la vista de Dios todos son iguales. La raza, el estado social y el sexo no son importantes para Dios.

Pero, por supuesto, es más complicado que eso. Pablo también escribió: “No permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio” (1 Timoteo 2:12).

¿Qué estaba Pablo escribiendo aquí? Una carta de consejos a Timoteo. El SDA Commentary explica: “En los días de Pablo la costumbre requería que las mujeres estuviesen en segundo plano. Por lo tanto, si las mujeres creyentes hubiesen hablado en público o hubiesen salido a prominencia, esos consejos bíblicos hubiesen sido violados y la causa de Dios hubiese sufrido”.

Debemos recordar que Dios habló a y a través de una sociedad patriarcal, dominada por hombres. En los tiempos bíblicos los hombres eran —para ser francos— machistas. No deberíamos, sin embargo, asumir que porque la sociedad era machista que Dios también es machista o que la iglesia moderna lo debe ser también.

Cuando seguimos la trayectoria de la vida y enseñanzas de Jesús descubrimos que, ante Dios, los hombres y las mujeres son iguales, tienen el mismo status.

Todos somos pecadores en necesidad de salvación. Todos somos capacitados por el Espíritu Santo para ministrar y servir al Señor. Como descubrió Pedro, Dios no muestra favoritismo: “En verdad comprendo ahora que Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34).

La iglesia debe seguir a Jesús hasta el final, siguiendo sus pasos, su trayectoria. Todos deben participar en un ministerio significativo, como Jesús lo hubiese deseado.

________________________________________

Versión abreviada de un sermón de Ricardo Graham; predicado originalmente el 8 de octubre de 1994, en la iglesia Capital City de Sacramento, California.