The first Bible that I remember as belonging to me personally was regular book size, not too big, but certainly not small. It had a leatherette zippered cover. There was a little cross on the zipper pull, so you always knew if your Bible was open or closed. It was important to keep it zippered shut when you weren’t reading it. And also to make sure there was never anything stacked on top of it. Never. Anything. Ever.
I’m sure it said “Holy Bible” on the cover, and down in the right hand corner it had a picture of two people shaking hands with the words “Friendship Edition.” The hands pictured were clearly those of an adult, so you knew that this was a very grown-up Bible, not like the big print, picture Bibles that little kids would carry. This was my grown-up Bible.
There was something in the back called a concordance where you could look up texts. Everybody thought you should already know what a concordance was, but I sure didn’t. They never used that word except when describing a Bible. It turns out it was a way to look up stuff without having to remember it.
Adults loved this thing, and us kids did, too, because during church you could look up words and try to find funny texts that might use a naughty sounding word. That was generally better than the sermon. The trouble was that it was hard to use because you had to flip back and forth and keep your finger between the pages in the back where the lists were, so it was only fun if you were really desperate for entertainment.
In the middle of the Bible, probably between the Old Testament and The New Testament, there were two special pages about The Wages of Sin. On one page in big red letters it said, “Though your sins be as scarlet.” Compared to the small print in the Bible itself, those letters were HUGE, and an indication of how big your sins were. And they were red.
The sins that you could imagine to be really huge were lying to your parents, coveting a toy your friend had, breaking the Holy Sabbath Day (which was just about impossible not to do actually), taking the Lord’s name in vain (which included saying “darn” or “gosh”), and of course committing adultery (which I didn’t understand but knew was something like, but a lot worse than, looking up the word “ass” in the concordance and was definitely something you didn’t want to get caught doing).
So on this one page were these big letters in red that said, “Though your sins be as scarlet.” And the cool thing about this particular Bible was that next to this page there was this other page made of red cellophane, and you could turn the cellophane page back and cover the page with “your sins as scarlet” written in big red letters and the words would disappear—and then you could see the words, “They shall be as white as snow.” And that cellophane page was like the blood of Jesus. And it was very cool, and you could spend hours flipping the page back and forth making your sins appear and disappear.
If you weren’t careful, you might accidentally rip the cellophane, which might be a sin of its own because it was like tearing the blood of Jesus, so you didn’t want to do that, for sure. Your mom would need to put tape on the page that was supposed to be the blood of Jesus, which would not be cool, and you’d have to live with the results of your sin forever and be reminded of it every time you looked at these pages.
You could also slide other stuff under the cellophane—your own fingers or the little red-colored box of Sen-Sen that you borrowed from your dad because he always carried one in his pocket when he went to church. This was interesting because it was Sen-Sen, not sin-sin, and it wouldn’t actually disappear but got darker and harder to see.
But mostly you could just sit there and think about your sins being white as snow, magically disappearing beneath the blood of Jesus—even if you’d been looking up stuff you shouldn’t have and thinking about stuff like bearing false witness and not remembering the Holy Sabbath Day.
In Psalm 32:1 (NIV) it says,
Blessed is the one whose transgressions are forgiven, whose sins are covered.
That would be me from an early age, sitting in church, thinking about my many sins, casually flipping the blood of Jesus back and forth, watching the sins disappear and reappear—Sen-Sen on my breath and being covered in forgiveness on my mind.“Blessed is the one whose transgressions are forgiven, whose sins are covered”.
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Ray Tetz is the director of communication and community engagement of the Pacific Union and the publisher of the Recorder. Versions of this essay have appeared previously in church publications.
Cubierto de perdón
La primera Biblia que recuerdo que me pertenecía personalmente era de tamaño normal, no demasiado grande, pero ciertamente no pequeña. Tenía una funda con cremallera de polipiel. Había una pequeña cruz en el tirador de la cremallera, para que siempre supieras si tu Biblia estaba abierta o cerrada. Era importante mantenerla cerrada con la cremallera cuando no la estabas leyendo. Y también para asegurarse de que nunca hubiera nada apilado encima. Nunca. Ninguna otra cosa. De ninguna manera..
Estoy seguro de que decía «Santa Biblia» en la portada, y en la esquina derecha tenía una foto de dos personas dándose la mano con las palabras «Edición de la amistad». Las manos que se muestran en la foto eran claramente las de un adulto, por lo que se sabía que se trataba de una Biblia muy adulta, no como las Biblias con letras grandes que llevaban los niños. Esa era mi Biblia para adultos.
Había algo en la parte de atrás llamado concordancia donde se podían buscar textos. Todo el mundo pensaba que ya deberías saber lo que era una concordancia, pero estoy seguro que yo no sabía lo que sería tal cosa. Nunca usaban esa palabra, excepto cuando describían una Biblia. Resulta que era una forma de buscar cosas sin tener que recordarlas.
A los adultos les encantaba esto y a nosotros, los chicos también, porque durante la iglesia podías buscar palabras y tratar de encontrar textos divertidos que pudieran usar una palabra que sonara traviesa. Por lo general, eso era mejor que el sermón. El problema estaba en que era difícil de usar porque tenías que pasar de un lado a otro y mantener el dedo entre las páginas de la parte de atrás donde estaban las listas, por lo que solo era divertido si estabas realmente desesperado por entretenerte.
En la mitad de la Biblia, probablemente entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, había dos páginas especiales sobre «la paga del pecado». En una página, en grandes letras rojas, decía: «Aunque sus pecados sean como la grana». En comparación con la letra pequeña de la Biblia misma, esas letras eran ENORME, y una indicación de cuán grandes eran tus pecados. Y eran rojos.
Los pecados que podrías imaginar que eran realmente enormes eran mentir a tus padres, codiciar un juguete que tenía tu amigo, violar el Santo Día de Reposo (lo cual era casi imposible no hacer en realidad), tomar el nombre del Señor en vano (lo que incluía decir «maldito» o «lo juro por Dios que me ve»), y por supuesto cometer adulterio (que yo no entendía que es lo que sería pero sabía que era algo así como, pero mucho peor que, buscar la palabra «asno«» en la concordancia y definitivamente era algo que no querías que te atraparan haciendo.
Así que en esa página había esas grandes letras en rojo que decían: «Aunque tus pecados sean como grana». Y lo bueno de esa Biblia en particular era que al lado de esa página había otra página hecha de celofán rojo, y podías voltear la página de celofán hacia atrás y cubrir la página con «tus pecados sean como escarlata» escrito en grandes letras rojas y las palabras desaparecían y podías ver las palabras: «Serán blancos como la nieve». Y esa página de celofán era como la sangre de Jesús. Lo cual era genial, y podías pasar horas pasando la página de un lado a otro haciendo que tus pecados aparecieran y desaparecieran. ¡Genial!
Si no eras cuidadoso podrías rasgar accidentalmente el celofán, lo que podría ser un pecado en sí mismo porque era como desgarrar la sangre de Jesús, así que no querías hacer eso, de ninguna manera. Tu mamá tendría que poner cinta adhesiva en la página que se suponía que era la sangre de Jesús, lo cual no sería genial, y tendrías que vivir con los resultados de tu pecado para siempre y recordarlo cada vez que miraras esas páginas. Lo más seguro es que la culpa te consumiría sin cesar.
También podías deslizar otras cosas debajo del celofán: tus propios dedos o la cajita de color rojo de Sen-Sen que le pediste prestada a tu papá porque siempre llevaba una en el bolsillo cuando iba a la iglesia. Eso era interesante porque era Sen-Sen, no un pecado en sí, y en realidad no desaparecería, sino que se volvería más oscuro y más difícil de ver.
Pero, sobre todo, podías sentarte y pensar que tus pecados eran blancos como la nieve, desapareciendo mágicamente bajo la sangre de Jesús, incluso si habías estado buscando cosas que no deberías haber buscado y pensando en cosas como dar falso testimonio y no recordar el Santo Día de Reposo.
En el Salmo 32:1 dice:
«Bienaventurado aquel cuyas transgresiones son perdonadas, cuyos pecados son cubiertos».
Ese sería yo desde una edad temprana, sentado en la iglesia, pensando en mis muchos pecados, volteando casualmente la sangre de Jesús de un lado a otro, viendo los pecados desaparecer y reaparecer: Sen-Sen en mi aliento y cubierto de perdón en mi mente.
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Ray Tetz es el director de comunicación y participación comunitaria de la Pacific Union Conference y el director del Recorder. Versiones de este ensayo han aparecido previamente en publicaciones de la iglesia.