After considering for a few days the events of the past few weeks, I have decided to put them in writing to share them with you. Some of your questions prompted me to this. I hope that after reading this letter your curiosity and interest will be satisfied.
As you well know, our trip was the result of years of studying the sacred scrolls. The stellar events, which you also witnessed, only served to reaffirm the certainty of our calculations. Faced with the possibility of witnessing the most important event in the history of humanity, how could we not dare to face the risks and dangers of the journey?
Our trip turned out to be more boring than dangerous, for the most part. I have never been a lover of camel treks. Only the importance of our trip and its significance made the long hours of sun and heat bearable. But all this was minimized when we arrived at our destination and found the place indicated by the prophecies and the stars. Finding the child dispelled all boredom and weariness—so we would have traveled for a hundred years!
Surprising is the fact that, while our small delegation was anxious to find the future king, no one in Jerusalem seemed to know anything about him. Up to this point, I do not understand how it could be possible that the king and the Hebrew sages were not preparing festivities for their newborn prince. The royal pomp was as impressive as its ignorance. The wisdom of their scribes is as high as their lack of interest. The sacred writings and the stars pointed to Judea, so we supposed Jerusalem to be a center of rejoicing and preparation. We had considered the royal palace as the appropriate location for such an impressive event. But no one seemed to know anything. At last, they pointed out to us that Bethlehem was the place indicated in their sacred writings.
We left Jerusalem completely confused and disappointed. How could it be that they did not understand the meaning of their own sacred writings? How could they not see in the heavens the message so clear? Could it be that they were hiding something from us? Were we being sent to Bethlehem to turn away from worshipping the newborn prince? These and many other questions tormented us during the short ride to Bethlehem.
Bethlehem turned out to be the right place. It didn't take us long to find the spot—not because there were celebrations and festivities, but because of the calm peace and serenity. The beasts themselves seemed to carry us away, as if following an irresistible impulse. Our joy was so great that we did not stop to consider the humbleness of the locale. It was a stable—coarse and crude. On the outside its appearance was vulgar and ordinary. As we approached, however, my heart was pounding in such a way that it seemed to want to come out of my chest. My two travel companions and I were so excited that we jumped apart.
The picture we saw in the stable was as impressive as it was simple. Surrounded by animals—yes, animals—were the prince's parents. The prince was lying on the straw of a manger. There were tears of joy in our eyes. Given the humility of the scene, I understood how futile it was to bring him incense as a gift. Gold, frankincense, and myrrh! In those moments, when I contemplated the newborn baby, I had the impression and the certainty that my heart was not enough of a gift. Gold, frankincense, and myrrh are gifts for royalty, but it was not royalty that we were contemplating. It was divinity!
I don't know how to explain it. He looked like any newborn. But there was something about him that called for adoration and reverence. It certainly wasn't an ordinary child. Nor was he a common prince. The feeling that heaven itself had come down to earth in the presence of that newborn baby filled the stable. With all my elegance and opulence, I felt naked and miserable. My perception of God changed at that moment. I understood what God expects of me. I realized that what God wants from me is not gold, or frankincense, or myrrh. I realized that what God wants is my heart. That knowledge changed my attitude from that day on. I don't know how to explain it; you would have had to have been in that stable, in front of that little babe, to understand it.
The way back home was much shorter. At least it seemed shorter to me. I found that my colleagues had the same impression. Throughout the trip we talked about the change that had taken place in us. We were guided by the sacred writings and the stars, hoping to find a prince, and we had an encounter with divinity.
There are many other things that I will write about another time. I hope you can meet that prince too. I assure you that he will change your heart and your life, as he has changed me.
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Mila León is a freelance writer from Tucson, Arizona
El sabio
Por Mila León
Después de considerar por algunos días los eventos de las semanas pasadas, he decidido ponerlos por escrito para compartirlos contigo. Algunas de tus preguntas me impulsaron a esto. Espero que después de leer esta carta tu curiosidad y tu interés queden satisfechos.
Como bien sabes, nuestro viaje fue el resultado de años de estudiar los sagrados manuscritos. Los eventos estelares, que también tu presenciaste, tan solo sirvieron para reafirmar la certeza de nuestros cálculos. Ante la posibilidad de ser testigos del evento más importante en la historia de la humanidad, ¿cómo no atreverse a los riesgos y peligros de la travesía?
Nuestro viaje resultó ser más aburrido que peligroso, por su mayor parte. Nunca he sido amante de travesías en camello. Solamente la importancia de nuestro viaje y su significado hizo soportables las largas horas de sol y calor. Pero todo esto quedó minimizado al llegar a nuestro destino y encontrar el lugar que señalaban las profecías y los astros. ¡Encontrar al niño disipó todo el tedio y cansancio, así hubiéramos viajado por cien años!
Sorprendente es el hecho que, mientras nuestra pequeña embajada estaba ansiosa por encontrar al futuro rey, nadie en Jerusalén parecía saber nada al respecto. Hasta este momento no me explico como pudo ser posible que el rey y los sabios hebreos no estuviesen preparando festividades para su recién nacido príncipe. La pompa real fue tan impresionante como su ignorancia. La sabiduría de sus escribas tan elevada como su falta de interés. Los escritos sagrados y los astros indicaban hacia Judea, así que supusimos a Jerusalén todo un centro de regocijo y preparación. Habíamos considerado al palacio real como el lugar apropiado para tan impresionante evento. Pero nadie parecía saber nada. Por fin nos señalaron que Belén era el lugar indicado en sus escritos sagrados.
Partimos de Jerusalén completamente confundidos y decepcionados. ¿Cómo podía ser que no comprendiesen el significado de sus propios escritos sagrados? ¿Cómo no podían ver en los cielos el mensaje tan claro? ¿Sería posible que nos estuviesen ocultando algo? ¿Nos estarían enviando a Belén para apartarnos de adorar al recién nacido príncipe? Estas y muchas otras preguntas nos atormentaron durante el corto trayecto a Belén.
Belén resultó ser el lugar exacto. No tardamos tiempo en encontrar el lugar. No porque hubiese celebraciones y festividades, sino por su calmada paz y serenidad. Las mismas bestias parecieron llevarnos como siguiendo un impulso irresistible. Fue tanto nuestro regocijo que no paramos en considerar la humildad del local. Era un establo, burdo y tosco. Por fuera su aspecto era común y ordinario. Al acercarnos, sin embargo, mi corazón latía de tal manera que parecía querer salir de mi pecho. Mis dos compañeros de viaje y yo estábamos tan emocionados, que desmontamos de un salto.
El cuadro que vimos en el establo era tan impresionante como sencillo. Rodeados de animales, sí, animales, estaban los padres del príncipe. El príncipe estaba recostado en la paja de un pesebre. Había lágrimas de gozo en nuestros ojos. Ante la humildad de la escena comprendí lo fútil que era llevarle incienso como regalo. Oro, incienso y mirra… En esos momentos, al contemplar al recién nacido tuve la impresión y la certeza que mi corazón no era regalo suficiente. Oro, incienso y mirra son regalos para la realeza y no era realeza lo que estábamos contemplando. ¡Era la divinidad!
No sé cómo explicarlo. Su aspecto era como el de cualquier recién nacido. Pero había algo en él que llamaba a la adoración y la reverencia. Ciertamente no se trataba de un niño común. Tampoco era un príncipe común. El sentimiento que el cielo mismo había bajado a la tierra en la presencia de ese recién nacido llenaba el establo. Con toda mi elegancia y opulencia, me sentí desnudo y miserable. Mi percepción de Dios cambió en ese momento. Comprendí qué es lo que Dios espera de mí. Me di cuenta que lo que Dios quiere de mí no es oro, ni incienso, ni mirra. Me di cuenta que lo que Dios quiere es mi corazón. Ese conocimiento cambió mi actitud desde ese día. No se cómo explicarlo, tendrías que haber estado en ese establo, frente a ese pequeñito, para comprenderlo.
El camino de regreso fue mucho más corto. Por lo menos me pareció más corto. Descubrí que mis compañeros habían tenido la misma impresión. Durante todo el viaje hablamos del cambio que se había operado en nosotros. Fuimos guiados por los escritos sagrados y los astros esperando encontrar un príncipe y tuvimos un encuentro con la Divinidad.
Hay muchas otras cosas de las que te escribiré en otra ocasión. Espero tú también puedas encontrarte con ese príncipe. Te aseguro que cambiará tu corazón y tu vida, como me cambió a mí.