The night before Christmas morning was the most exciting time of my life as a child. Those brightly colored presents under the tree were irresistible to my young eyes. When my mother wasn’t looking, I would carefully pick one and give it a gentle shake and imagine what was hidden within that festive papered box. Finally, the waiting was over when I charged into my parents’ room before daylight and shouted, “Merry Christmas! Can we open our presents now?”
Choosing just the right gift for those you love can be stressful for many of us. For our Heavenly Father there was never a question about His perfect gift to us. From Galatians 4:4-5 we read, “But when the right time came, God sent his Son.… God sent him to buy freedom for us who were slaves to the law, so that he could adopt us as his very own children” (NLT). Jesus lived a perfect life, taught a message of restoration and love for humanity, died upon the cruel Roman cross, and came forth victorious from the grave. Today He ministers for us in the heavenly sanctuary as our great High Priest. He is our Savior, Brother, Friend, Hope, Joy, and Faithful Counselor.
As we are in the season of giving, there is another gift that Jesus is ready to give us. In John 14-17, we have the farewell meeting of Jesus with His disciples before the cross. Filling these wonderful chapters are many precious promises that believers have cherished through the centuries. But among these individual gems is the single greatest gift Jesus can give to us. This is the gift of the Holy Spirit. “And I will ask the Father, and he will give you another Advocate, who will never leave you. He is the Holy Spirit, who leads into all truth” (John 14:16-17, NLT). Jesus returns to this message of the Holy Spirit another four times (John 14:26-27; 15:26-27; 16:7-11; 16:12-15), and each time He expands and deepens the meaning of this gift.
In recent months I have come under deeper conviction of the role of the Holy Spirit for the church and our walk with the Lord as believers and leaders. My heart has been shaped significantly by Ellen White’s book The Acts of the Apostles, in particular the fifth chapter entitled “The Gift of the Spirit.” A meditative and prayerful reading of this chapter reveals the deeper experience with Him that awaits us when we are ready to receive His great gift. Effectiveness in mission, victory in our daily lives, overcoming the obstacles that defy human solutions, and a greater closeness with the Lord are all open to us when we seek the gift of the Holy Spirit.
In speaking of the Pentecost experience of the early church, Ellen White views our day: “So mightily can God work when men give themselves up to the control of His Spirit. The promise of the Holy Spirit is not limited to any age or to any race” (The Acts of the Apostles, p. 49). She reminds us,
The lapse of time has wrought no change in Christ’s parting promise to send the Holy Spirit as His representative. It is not because of any restriction on the part of God that the riches of His grace do not flow earthward to men. If the fulfillment of the promise is not seen as it might be, it is because the promise is not appreciated as it should be. If all were willing, all would be filled with the Spirit.… Whenever minor matters occupy the attention, the divine power which is necessary for the growth and prosperity of the church, and which would bring all other blessings in its train, is lacking, though offered in infinite plenitude. (The Acts of the Apostles, p. 50; emphasis added).
Why would the promise not be appreciated as it should be? It is our natural inclination to rely on our human ingenuity and resources when facing daunting circumstances. The enemy of our souls encourages this mistaken notion because it serves his nefarious purpose to obscure the work of Jesus in the great controversy. Jesus is more anxious to fill us with the Holy Spirit than earthly parents are to give good gifts to their children (Luke 11:13). When we become convicted that this gift brings “all other blessings in its train” and that it is “offered in infinite plenitude,” we will be gripped by an urgency for this experience each day.
In recent months I have come under deeper conviction of the role of the Holy Spirit for the church and our walk with the Lord as believers and leaders.
As we embark in 2025 with our emphasis of “Sharing Jesus” and “Pentecost 2025” throughout our union territory, it is my prayer that this reality will be true for us: “Every worker who follows the example of Christ will be prepared to receive and use the power that God has promised to His church for the ripening of earth’s harvest. Morning by morning, as the heralds of the gospel kneel before the Lord and renew their vows of consecration to Him, He will grant them the presence of His Spirit, with its reviving, sanctifying power. As they go forth to the day’s duties, they have the assurance that the unseen agency of the Holy Spirit enables” (The Acts of the Apostles, p. 56).
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Bradford C. Newton is the president of the Pacific Union Conference.
El mayor regalo posible
Por Bradford C. Newton
La noche antes de Navidad era el momento más emocionante de mi vida cuando era niño. Esos regalos en colores brillantes debajo del árbol eran irresistibles para mis ojos infantiles. Cuando mi madre no estaba mirando yo escogía cuidadosamente uno y lo sacudía suavemente e imaginaba lo que se escondería dentro de esa festiva caja de cartón. Finalmente la espera terminaba cuando entraba en la habitación de mis padres antes del amanecer y gritaba: «¡Feliz Navidad! ¿Podemos ya abrir los regalos?»
Elegir el regalo adecuado para tus seres queridos puede ser estresante para muchos de nosotros. Para nuestro Padre Celestial nunca hubo una duda acerca de su don perfecto para nosotros. En Gálatas 4:4-5 leemos: «Pero cuando se cumplió el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo… para que redimiera a los que estaban sujetos a la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos» (RVC). Jesús vivió una vida perfecta, enseñó un mensaje de restauración y amor por la humanidad, murió en la cruel cruz romana y salió victorioso de la tumba. Él ministra por nosotros en el santuario celestial como nuestro gran Sumo Sacerdote. E``s nuestro Salvador, Hermano, Amigo, Esperanza, Gozo y Fiel Consejero.
Como estamos en la temporada de regalar, hay otro regalo que Jesús está listo para darnos. En Juan 14-17, tenemos el encuentro de despedida de Jesús con sus discípulos antes de la cruz. Llenando esos maravillosos capítulos hay muchas promesas preciosas que los creyentes han atesorado a través de los siglos. Pero entre esas gemas individuales se encuentra el regalo más grande que Jesús puede darnos. Es el don del Espíritu Santo. «Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: es decir, el Espíritu de verdad» (Juan 14:16-17). Jesús regresa a ese mensaje del Espíritu Santo otras cuatro veces (Juan 14:26-27; 15:26-27; 16:7-11; 16:12-15), y cada vez expande y profundiza el significado de ese don.
En los últimos meses he llegado a una convicción más profunda del papel del Espíritu Santo para la iglesia y nuestro caminar con el Señor como creyentes y líderes. Mi corazón ha sido moldeado significativamente por el libro de Ellen White Los hechos de los apóstoles, en particular el quinto capítulo titulado «El Don del Espíritu». Una lectura meditativa y en oración de ese capítulo revela la experiencia más profunda con él que nos espera cuando estamos listos para recibir su gran regalo. La eficacia en la misión, la victoria en la vida cotidiana, la superación de los obstáculos que desafían las soluciones humanas y una mayor cercanía con el Señor se abren a nosotros cuando buscamos el don del Espíritu Santo.
Al hablar de la experiencia de Pentecostés de la iglesia primitiva, Ellen White ve nuestro día: «Tan poderosamente puede Dios obrar cuando los hombres se entregan al control de su Espíritu. La promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni a ninguna raza» (Los hechos de los apóstoles, p. 40). Ella nos recuerda,
El transcurso del tiempo no ha producido ningún cambio en la promesa de despedida de Cristo de enviar al Espíritu Santo como su representante. No es debido a ninguna restricción de parte de Dios que las riquezas de su gracia no fluyan hacia la tierra, a los hombres. Si el cumplimiento de la promesa no se ve como podría ser, es porque la promesa no se aprecia como debería ser. Si todos estuvieran dispuestos, todos serían llenos del Espíritu... Siempre que los asuntos menores ocupan la atención, falta el poder divino que es necesario para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería consigo todas las demás bendiciones, aunque se ofrece en infinita plenitud (Los hechos de los apóstoles, p. 50; énfasis añadido).
¿Por qué no se apreciaría la promesa como debería ser? Es nuestra inclinación natural el confiar en nuestro ingenio y los recursos humanos cuando nos enfrentamos a circunstancias desalentadoras. El enemigo de las almas alienta esa noción equivocada porque sirve a su nefasto propósito de oscurecer la obra de Jesús en el gran conflicto. Jesús está más ansioso de llenarnos con el Espíritu Santo que los padres terrenales por dar buenos regalos a sus hijos (Lucas 11:13). Cuando nos convencemos de que ese don trae «todas las demás bendiciones en su estela» y que es «ofrecido en infinita plenitud», nos sentiremos impactados por la urgencia de esa experiencia cada día.
En los últimos meses he llegado a una convicción más profunda del papel del Espíritu Santo para la iglesia y nuestro caminar con el Señor como creyentes y líderes.
A medida que nos embarcamos en 2025 con nuestro énfasis de «Compartir a Jesús» y «Pentecostés 2025» en todo nuestro territorio de la unión, es mi oración que esa realidad sea cierta para nosotros: «Cada obrero que siga el ejemplo de Cristo estará preparado para recibir y usar el poder que Dios ha prometido a su iglesia para la maduración de la cosecha en la tierra. Mañana tras mañana, cuando los heraldos del Evangelio se arrodillen ante el Señor y renueven sus votos de consagración a él, les concederá la presencia de su Espíritu, con su poder vivificador y santificador. Al salir a los deberes del día, tienen la seguridad de que la agencia invisible del Espíritu Santo los capacita» (Los hechos de los apóstoles, p. 56).
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Bradford C. Newton es el presidente de la Pacific Union Conference